Desde la óptica de Dubet, el espíritu de nuestra época está compuesto por pasiones tristes, llamadas la ira, la indignación y el resentimiento
La época de las pasiones tristes es un libro del sociólogo francés, Francois Dubet, publicado en español en 2020. Bajo el subtítulo: De cómo este mundo desigual, lleva a la frustración y al resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor.
Desde la óptica de Dubet, el espíritu de nuestra época está compuesto por pasiones tristes, llamadas la ira, la indignación y el resentimiento. Afirma, que de las profundas pasiones que generaban la conciencia de clase, hoy hemos pasado a las pasiones tristes de las múltiples desigualdades que experimentamos cotidianamente. Hoy, el pretexto para liberarnos de lo políticamente correcto, lo usamos para acusar, denunciar u odiar a los poderosos o a los débiles, a los muy ricos o a los muy pobres; a los desempleados o a los extranjeros; a los intelectuales o a los expertos. Iras y acusaciones que hasta hace pocos años pasaban por indignas, están ahora habilitadas e invaden internet, además de que en gran cantidad de países, hasta han encontraron expresiones políticas.
La hipótesis de Dubet, es que los sentimientos que se expresan hoy, no son consecuencia de las desigualdades de clase, sino del cambio de lo que llama el régimen de desigualdades. Pues de un régimen de desigualdad social de clase, pasamos a un régimen de desigualdades múltiples.
En las viejas sociedades industriales, se expresaban con nitidez las desigualdades de clase. Pero, las transformaciones del capitalismo, la globalización y el derrumbe de la unión soviética, sacudieron a estas sociedades hasta sus cimientos. Como resultado, se produjo una ola de destrucción de actores e instituciones, imponiéndose un nuevo individualismo que ha quebrado las identidades colectivas y la solidaridad
Ahora, somos desiguales en calidad de asalariado estable o precarizado; poseedor de un título educativo o no; joven o viejo; mujer o varón; de una ciudad dinámica o de un territorio en conflicto; de un barrio cool o de un suburbio; solo o en pareja; extranjero o no blanco, la lista es extensa. Antes éramos pobres, clase medieros, ricos o millonarios. A estas tradicionales categorías de clase que dominaban el lenguaje sociológico, se agregan hoy clases creativas, clases inmóviles, incluidos, excluidos, estables, precarizados, ganadores y perdedores.
Dubet sostiene, que estamos frente a un capitalismo inconexo. Se trata de un modelo en el que los jefes ya no son propietarios de las empresas, en el que las formas flexibles de contratación crecen incesantemente. En el que la uberización penetra en los trabajos autónomos y los cuentapropistas son más pobres y frágiles que los obreros. Aumenta el desempleo, la precariedad y el trabajo informal, además de registrarse un creciente fenómeno social, en el que los más pobres se convierten en individuos sin clase, ya que ni siquiera son explotados, son relegados a la categoría de inútiles.
En ese marco, se multiplican los grupos donde ninguno puede definirse como una clase social, pues se trata de ejecutivos y creativos; los cosmopolitas; los locales móviles y locales inmóviles; los incluidos y los excluidos; los formales y los precarios; las clases populares y los sin clase; los nacionales y los extranjeros; las edades, las generaciones, varones y mujeres. Disuelto el régimen de desigualdades sociales, se configura uno nuevo, el régimen de las desigualdades múltiples.
Las viejas desigualdades de clase medían la injusticia social imperante tomando para ello la distancia existente entre las posiciones sociales de ricos y pobres o de patrones y trabajadores. En cambio, las desigualdades múltiples no se relacionan con la justicia social, sino que se asocian al concepto de igualdad de oportunidades de índole meritocrático. En este marco meritocrático, la economía moral de las injusticias se desplaza de las estructuras hacia los individuos y sus responsabilidades.
Ante este panorama, el exprofesor de la universidad de Burdeos se pregunta ¿Por qué la ira contra las desigualdades se transforma en expresiones de resentimiento e indignación, pero no en acciones colectivas organizadas? ¿Qué es esta economía moral que produce ira e indignación, pero es incapaz de reflexionar sobre sus causas? Nos comenta, que una de las explicaciones es que el régimen de desigualdades múltiples es contemporáneo con el boom de la comunicación digital. La ira y el resentimiento que antes estaban encerrados en el espacio íntimo, ahora acceden a la esfera pública. Con la internet, cualquiera puede reaccionar, compartir su opinión y dar testimonio. Incluso hay movimientos sociales que nacen en la red como el Me Too, o movimientos ambientalistas, por los refugiados, los animalistas, etc.
La capacidad de expresar públicamente las propias emociones y opiniones hace de cada uno un militante de su propia causa, un cuasi movimiento de uno solo. Cualquiera puede indignarse, cualquiera puede denunciar a su chivo expiatorio favorito, cualquiera puede lanzar su propia cruzada moral. A menudo, las pasiones tristes invaden la web sin mediaciones ni filtros. Y ante cada declaración política o cada opinión, cualquiera pueda dejarse arrebatar por la ira, el racismo, la denuncia o las teorías conspirativas.
Si la expresión de ira es tan inmediata, es porque cada uno está solo frente a su pantalla, sin la limitación de la interacción cara a cara, que obligaría a tener en cuenta las reacciones del otro. A analizar sus argumentos opuestos y a calmar los ánimos, pero las reacciones en la web, funcionan como un desahogo puntual e inmediato. Un desahogo que no es canalizado por los mecanismos tradicionales de la acción colectiva. En esta pseudodemocracia de opiniones, las iras y las indignaciones ya no necesitan partidos ni sindicatos. La cuestión de la verdad, ya no es realmente pertinente, a cada uno la suya.
El viejo régimen de desigualdades de clase construyó la figura del adversario contra el cual encausar la ira, fuese el burgués el capitalista o el patrón y esa ira se transformaba en conflicto, enfriaba las pasiones y creaba espacios de solidaridad evitando que el resentimiento se desplazara hacia otros objetivos, pero las transformaciones del capitalismo global diluyeron las relaciones de dominación que fueron configurando un sistema ciego y sin actores identificables, se trata de finanzas de neoliberalismo o de tecnologías.
En nuestra época, la dominación se ubica por encima de nosotros, fuera de nuestro alcance. Se trata de un adversario difuso que cuando las tensiones y desigualdades se tornan extremas, generan paranoia y violencia. El fenómeno más llamativo y deprimente de este suceso, es asociar las críticas de las desigualdades al odio a los pobres a los extranjeros y a los más débiles.
No obstante, hoy como ayer, la indignación es el ingrediente básico de las protestas. Si nos indignamos, es porque somos solidarios, pero si la indignación no logra transformarse en programas de acción o en programas políticos, esta se convierte entonces en ira sin objeto. Sin acción política, la indignación se transforma solo en una válvula de escape, en un linchamiento. Ello se debe, a que las indignaciones a diestra y siniestra se alimentan de la debilidad de las opciones políticas. Sin programas políticos, la indignación termina soldando la alianza del neoliberalismo y de las opciones más radicalizadas sobre las ruinas de los partidos y los sindicatos. La política es la única manera de transformar la indignación en fuerza social, de otro modo se instalan los populismos.
Francois Dubet explica, que el grave problema radica en que los llamados actores sociales y políticos hoy son invisibles, desprovistos de palabra colectiva. Ningún partido, ningún movimiento, parece tener condiciones para darles una expresión. Todo sucede como si las pasiones tristes fueran las únicas con derecho de ciudadanía, como si la única imagen de la vida social, fuera la de la caída y la catástrofe anunciada. En todo caso, si partidos y movimientos no pueden ser depositarios de la ira, deberían serlo de la responsabilidad y de la esperanza.
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