Nadie puede demostrar que el otro mienta, ya que siempre podemos justificar nuestro desliz en un error involuntario.
En los trece siglos que duró la Edad Media, la verdad no era un problema, pues Dios era la verdad, que transmitía la Iglesia a sus pastores y estos a los hombres. Siglos atrás, Protágoras de Abdera enunció la frase: El hombre es la medida de todas las cosas, porque lo que el hombre hace, es la historia. Y en 1618, Rene Descartes en su Discurso del Método dudó de todo, incluso de Dios y puso al hombre, en el centro del pensamiento y de la historia. A partir de ese momento, el hombre constituye la centralidad y la verdad.
Por su parte, Frederic Nietzsche sostuvo que no hay hechos, sino interpretaciones y Michel Foucault afirmó, que la verdad, es la lucha de las interpretaciones. Lo cual es claro, las interpretaciones no son las mismas, luchan entre ellas y la que triunfa, es la que tiene más poder para imponer su verdad.
En los tiempos que corren, la posverdad es una de las expresiones de mayor impacto y uso de las últimas décadas. Sin embargo, su supuesta novedad, colisiona con su misma formulación. Pues solo se trata de un término compuesto por un prefijo, el post y uno de los problemas de más tradición en la filosofía, la cuestión de la verdad.
Para el filósofo argentino Darío Stajnszrajber, es pertinente entonces, hacernos las siguientes preguntas. ¿Qué es lo que indica este prefijo post? ¿Qué es lo nuevo de la verdad? y ¿No es contradictorio que haya algo nuevo con respecto a la verdad?
Según Stajnszrajber, se suele caracterizar al post como un descentramiento, como la pérdida de hegemonía de una categoría ordenatoria. Para el pensamiento posmoderno, nos refiere a una convalecencia, como a aquella enfermedad de la que ya hemos salido, pero que nos deja marcas profundas, como la paradójica presencia espectral de algo perdido, de algo que se ha ido, pero que mantiene una vigencia -digamos- en segundo plano. Por ejemplo, la posguerra, que es el tiempo de una guerra que terminó, pero donde las ruinas aún continúan humeantes. O la sociedad postindustrial, que no denota el fin de las industrias, sino la pérdida de su centralidad en la economía. Pero el post, entraña algo más y es que como todavía no hay nuevos conceptos, los viejos aún perviven en su fuerza explicativa, aunque estén ya muertos, de allí su espectralidad.
En la actualidad, utilizamos categorías que ya no denotan, pero que todavía nos tranquilizan y ordenan. Hoy, podemos pensar a la verdad como un fantasma, pues se ha deconstruido su pretensión de absoluto, en una etapa, en la que es difícil que alguna ciencia o disciplina sostenga verdades absolutas. No obstante, en el lenguaje y uso cotidiano, seguimos empleándola, como si significara algo. Se dice por ejemplo, que la comida está caliente y damos por supuesto el buen funcionamiento de la relación de correspondencia entre las palabras y las cosas. Aunque hay un rompimiento entre el tratamiento filosófico, que desconfía de los absolutos y la aceptación pragmática de que aunque la verdad haya muerto, es cierto que la comida está caliente y me la como.
Darío Sztajnszrajber.
Este buen funcionamiento práctico de la verdad, es una de las razones por las cuales sigue funcionando como un ideal positivo. Todos preferimos la verdad, cuando en realidad, podríamos pensarlo exactamente al revés ¿y si la verdad es siempre un artilugio del poder?
Explica el filósofo argentino, que no se trata de negar la realidad, sino de entender que siempre accedemos a ella interpretándola, debido a que nuestra época es un tiempo de interpretación debido a que lo mediático y lo virtual se han vuelto ontología. Y nos cuestiona, ¿Se puede seguir hablando hoy desde la verdad? ¿Qué queda de lo real? ¿Cuál es la fuerza del dato, de la evidencia, de la constatación empírica? ¿Cuál es el límite para interpretar? ¿Es lo mismo interpretar que mentir?
A diferencia de su versión más extendida, se denomina a la post verdad como el horizonte de sentido que se abre con la muerte de la verdad. Frente a este acontecimiento, rápidamente se suscitan varias experiencias antagónicas, replica Sztajnszrajber: O bien me encierro en mi subjetividad previa y justifico todo desde allí. O bien, me abro al encuentro con el otro, que me desarticula y me saca de mí mismo. O bien, me ensimismo en las convicciones de las que provengo y las convierto en matriz desde la cual interpreto cualquier fenómeno. O bien, me dejo contaminar por la diferencia y asumo la contingencia de todos mis enunciados.
Afirma, claro que asociamos post verdad a la primera postura y le damos solo una lectura negativa, pues no solo me aferro a los dispositivos previos que constituyen mi subjetividad, sino que la proyectó incluso en situaciones, donde una multitud de datos me exigen como mínimo una revisión. La posverdad se convierte entonces, en la voluntad de querer siempre confirmar lo que uno ya previamente piensa, conduciéndonos hacia una categoría asociada: El autoengaño, el mentirse a uno mismo.
En dicho contexto, llamamos verdad al autoengaño que cumple con su cometido. Por eso en el autoengaño, nosotros sabemos que nos estamos mintiendo, pero lo que decidimos es minimizarlo o justificarlo. El autoengaño sin embargo, resulta incomprensible si no analizamos una de sus fuentes fundamentales, la mentira. De esta forma, pensar la verdad nos lleva a pensar la mentira. Pero, ¿es la mentira lo opuesto a la verdad?
Podemos contraponer a la verdad con cinco términos diferentes: La falsedad, el error, la apariencia, la ficción y la mentira, como explica Jacques Derrida en Historia de la Mentira. Pero el opuesto de la verdad no es la mentira, sino la falsedad, ya que mentir no es tanto una cuestión de información como de intención. El que miente sabe la verdad, pero no la dice, es un tema de la voluntad, una cuestión ética. De hecho, puedo estar diciendo falsedades, sin estar mintiendo, porque me equivoco por ejemplo, o bien puedo estar diciendo verdades con el solo afán de engañar o sea de mentir.
Pero sí la verdad no es más que la mentira más eficiente, la conclusión, es mucho más contundente. La mentira no existe o solo existe en la medida en que es desenmascarada. Ello sucede cuando nos damos cuenta de que nos están mintiendo, o cuando deja de funcionar como mentira. Y es que lo opuesto a la mentira no es la verdad, sino la veracidad, la intención de decir la verdad. No obstante, como se trata de intenciones, se nos vuelven incomprobables. Nadie puede demostrar que el otro esté mintiendo ya que siempre podemos justificar nuestro desliz en un error involuntario.
Deconstruir la verdad no es avalar un mundo de mentiras, sino comprender cuán poco precisa es la frontera entre la mentira y la verdad. Si algo reveló la posverdad, refiere Stajnszrajber, es que tanto la mentira como la verdad en sus formas tradicionales no han sido más que estrategias para encerrarnos en nosotros mismos y anular la presencia del otro, porque una sociedad democrática es siempre del otro.
Si para Nietzsche, lo que se hace por amor se hace más allá del bien y del mal, tal vez podamos concluir que lo que se hace por el otro, se hace más allá de la mentira y la verdad.
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