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Humberto Morgan Colon

Ponerse en los zapatos del otro.

En esos momentos, somos testigos del enorme impulso de la comunidad y del valor de la solidaridad. Acciones que presumimos en el mundo, solazándonos con ello y expresándolo a los cuatro vientos.



Los mexicanos generalmente somos empáticos en las tragedias y en las catástrofes producto de la naturaleza. Cuando suceden, siempre estamos dispuestos a ayudar de manera personal. Lo mismo en labores de rescate y reconstrucción, que con donativos en especie o dinero en efectivo.

En esos momentos, somos testigos del enorme impulso de la comunidad y del valor de la solidaridad. Acciones que presumimos en el mundo, solazándonos con ello y expresándolo a los cuatro vientos.


Desafortunadamente, solo cuando suceden lamentables hechos reaccionamos de manera organizada y categórica, asumiendo el papel de ciudadanos responsables con una amplia dosis de hermandad y de fraternidad.


Los tiempos que corren, terminaron con la pandemia del Covid 19 y la emergencia con orígenes en causas naturales. No obstante, estos días pueden equipararse a una tragedia nacional, en la que los políticos de siempre sacan enorme provecho, valiéndose de nuestras diferencias y escalando cada vez más, las brechas de nuestras profundas divisiones. Expresadas en confrontación de clases sociales y choques políticos e ideológicos con los que asumimos nuestra identidad: ser chairo o ser fifí.


Etiquetas que nos conferimos para diferenciarnos de los otros. Luego, buscamos con desesperación pertenecer a ese bando elegido, pero al mismo tiempo, pretendemos a toda costa distinguirnos de los demás. Quizás esta es una de las grandes causas de nuestro mórbido estrés.


Hoy, nos fusionamos con la información que valida nuestras posturas ideológicas, con ello incentivamos la época de la polarización. Nos unifica más la hostilidad hacia el otro, que la adhesión a las propias ideas. Cursamos años de un partidismo negativo, en el que la gente está dispuesta a creer cualquier cosa que afecte al otro.


No importa si es una injusticia, una aberración o una salida irreflexiva. Si a esto añadimos el pensamiento mágico del que somos muy afectos los mexicanos, entenderemos porque se generan fenómenos virales como el de Xóchitl Gálvez.






Pero abstrayéndonos de la confrontación mediática y planteándonos con objetividad la pertinencia de un perfil como el de Xóchitl para asumir la Presidencia de la República, tendremos plena conciencia que su historia personal y su carisma pueden catapultarla hasta la primera magistratura del país.

Sin embargo, evaluando su paso como Comisionada de los Pueblos Indígenas, su labor como Jefa Delegacional de Miguel Hidalgo, su papel como Senadora de la República y como empresaria, debemos preguntarnos ¿Cuáles son sus otras cartas credenciales y su experiencia real para dirigir la decimocuarta economía del mundo?

Los obsequiosos confrontados con el Presidente López Obrador, dirán que ella puede todo porque es indígena, se ha superado y es el antídoto contra el populismo. Los obsequiosos de la 4T, dirán que solo utiliza la condición de indígena como estrategia mediática y política, porque con contratos por mil 400 millones de pesos es igual de fifí que Claudio X González y ya no pertenece al pueblo bueno y sabio, pues rebasa por mucho los ingresos de la clase media-aspiracionista.

Algunos más, con objetividad diremos, cuidado, no elijamos con el estómago otra vez, ni con las cargas de odio instaladas en nuestra cotidianidad, pues de ello se ha acusado a 30 millones de mexicanos que votaron en 2018 con un profundo malestar.

En nuestro México mágico, no importan las trayectorias, los conocimientos ad hoc, para ser presidenta o presidente. Importa el show, el espectáculo que se adueña de la política. Importa el ganarle al adversario, no para que mejore el país, sino para que nuestros sentimientos y malestares sean saciados. Importa que los mismos grupos de poder -de derecha y de izquierda- se laven la cara y vuelvan hacer de las suyas utilizando la confrontación y el resentimiento como fórmulas para que sigan viviendo del erario.

Ponerse en los zapatos del otro, por ahora parece una misión condenada al fracaso. Algo que no tiene importancia en tiempos de odio y de polarización, en momentos en lo que lo único que interesa es el aquí y el ahora.

Lo poco que nos queda de humanidad, puede esperar.



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