Hace algunos días, dos importantes columnistas
y comentócratas, deslizaron una sospecha muy grave. El posible atentado o magnicidio de algún candidato del Frente Amplio por México motivado, dicen, por “el odio y la sinrazón del presidente Andrés Manuel López Obrador”.
La voz más dura, fue la de la periodista Beatriz Pagés, ex diputada federal del PRI y directora de la revista Siempre.
Lo primero que debemos asumir todos, es que en la vida y especialmente en la política, cualquier cosa puede suceder. En particular, cuando no hay prudencia ni recato de los actores políticos más importantes del Gobierno, ni de las voces más críticas en contra del régimen.
Unos y otros se acusan de exaltar los ánimos de lo ciudadanos, pero en esa contienda bizantina, nadie repara en que lo mismo que señalan airadamente, es lo mismo que provocan cotidianamente, echando más gasolina a la hoguera. En tiempos de una polarización pocas veces vista en un proceso electoral adelantado, en el que tirios y troyanos rompen las reglas acordadas que costaron años de luchas, vidas, sangre y sufrimientos.
Doña Beatriz, sin ambages escribe “Insisto, aunque no le guste: Usted lleva cinco años construyendo un ambiente de violencia política y de odio social. Utiliza impunemente y de manera abusiva el cargo de Presidente de la República no para gobernar –porque no gobierna– sino para perseguir voces disidentes que puedan poner en riesgo la continuación de un proyecto político dictatorial y destructivo”.
Y el presidente responde “Quiero reiterar que quienes impulsan esta campaña, esta guerra sucia, pues son personajes muy vinculados a Salinas de Gortari, al grupo de poder económico y político que dominaba México, que se sentían dueños de México, esa es una característica, es un distintivo, su vinculación a la oligarquía corrupta que dominaba al país. Lo otro muy específico, particular, es que casi todos recibían dinero del gobierno anterior y eso los tiene muy molestos porque no les están saliendo las cosas…”
En ambos casos, la violencia verbal es explicita, no se esconde, ni se reviste de diplomacia, no da concesión al oponente. Expresa con todas sus letras, la carga de animadversión y desprecio de unos y de otros. No hay en ellos la posibilidad de dirimir los desacuerdos, ni se ofrece una oportunidad de reconciliación. Tarea y fin primordial de la política como ejercicio superior.
Ambos grupos fomentan la polarización, el odio y la división, tarea muy común hoy en los políticos tradicionales. Quienes al final, son los únicos que ganan con la ruptura social. Pues ahora, nos unifica más la hostilidad hacia el otro, que la adhesión a las propias ideas, a las ideas buenas. Cursamos años de un partidismo negativo, en el que la gente está dispuesta a creer cualquier cosa que afecte al otro, perdiendo de vista lo más importante: la unidad como mexicanos y la resolución pacifica de conflictos para superar los tiempos oscuros.
Ninguno tiene el valor civil para asumir lo malo que se ha hecho, ni en esta Administración, ni en la oposición, para reconocer el mal que se hizo en sexenios anteriores, legado que es parte fundamental de las consecuencias que hoy padecemos.
En realidad, nadie está libre de pecado, pero cuando se trata de mantener o de arrebatar el poder, lo de menos es la congruencia, de lo que se trata es de convencer al elector, aprovechando la corta memoria de la opinión pública.
En lo que tenemos que trabajar, es en restringir los partidismos desmedidos para tendernos la mano. Bajar la polarización motivada por circunstancias políticas y de clase social. Exigir a los que nos representan y opinan por nosotros, que haya mesura, respeto y sobre todo empatía para ponernos en los zapatos del otro, el que por razones económicas, culturales y temporales no piensa como nosotros.
Nos haría mucho bien, reconocer nuestras diferencias objetivas y no verlas como obstáculos, sino como metas a alcanzar en conjunto.
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