En La Gran Ruptura, naturaleza humana y reconstrucción del orden social. Obra escrita en 1999, por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, se retoma una idea que es consustancial a la naturaleza humana y a sus sociedades.
Los tiempos atroces que vivimos ya iniciada la segunda década del siglo XXI, están marcados por las crisis económicas y sociales, los imparables homicidios dolosos, los feminicidios, las incontables personas desaparecidas, la perdida de gobernabilidad en territorios controlados por el narco y una polarización que raya en lo descomunal y de la que solo los políticos con sus partidos obtienen ganancias.
En La Gran Ruptura, naturaleza humana y reconstrucción del orden social. Obra escrita en 1999, por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, se retoma una idea que es consustancial a la naturaleza humana y a sus sociedades. El nacimiento, la evolución, el esplendor y el acaecimiento de la vida y de los pueblos.
Hechos constatables una y otra vez en el devenir histórico, son los distintos imperios y naciones más poderosas de la antigüedad como Roma, España o Rusia, que concluyeron sus ciclos de grandeza entre periodos de necesidad económica y conflictos sociales con desquiciamiento de los órdenes éticos y morales, para luego a su manera reconstruirse.
En nuestro hermoso país, la conquista de la gran Tenochtitlan encabezada por Hernán Cortés y la enigmática desaparición de los Mayas dieron paso a un periodo de saqueo colonial y de oprobio para sus habitantes. Luego, la guerra de Independencia nos llevó a la construcción de una República con grandes expectativas que, en el transcurso de más de dos siglos, no ha crecido como otras naciones que, dominadas, conquistadas o avasalladas por las guerras, hoy son ejemplos mundiales, como Japón o Alemania, por solo mencionar dos.
De las diversas hipótesis planteadas por Fukuyama en su texto, algunas sujetas a criticas por su amplia formación neoliberal y moralizante, rescato cuatro que han propiciado una ruptura o retorno a la década de 1970. La primera, la perdida de capital social que James Coleman definió como el conjunto de normas o valores informales que comparten los miembros de un grupo y que permiten su cooperación. Ello, debido al creciente individualismo y mercantilización de la vida.
La segunda tesis establece que estamos sometidos a un proceso de cambio social acelerado y desajustado en el que las realidades políticas, tecnológicas y económicas emergentes no encuentran todavía adecuadas respuestas. La tercera argumenta que, en consecuencia, estamos atravesando un período de déficit moral dominado por la anomia y el egoísmo generalizados con la consiguiente pérdida de los valores humanos; y la cuarta, sugiere que, la naturaleza social se encamina hacia un nuevo período de reconstrucción en el que el edificio normativo se rehará sobre bases nuevas y el individualismo será sustituido por la cooperación social y comunitaria cuando la decadencia y la perdida de sentido humano toquen fondo.
En nuestro país, esta analogía tiene sentido, pero paradójicamente se enturbia más, si recordamos que México tiene en los últimos tres siglos una terrible coincidencia cada cien años. En 1810 la Guerra de Independencia, en 1910 la Revolución Mexicana y en 2010, la Guerra contra el Narcotráfico, cada etapa con su consecuente derramamiento de sangre y estancamiento social, para luego dar paso a periodos de avance o bonanza, recordamos la promulgación de las Leyes de Reforma en 1857 que motivaron la modernización del país.
En el siglo XX, el lapso que comprende de 1954 hasta 1970 con el Milagro Mexicano y su Desarrollo Estabilizador. No obstante, en el siglo XXI esperamos aún, un periodo de paz y desarrollo social, de concordia y fraternidad, que sin duda llegará, si es que se cumplen las leyes de la historia.
Mientras se consuma ese momento, trabajemos haciendo comunidad y optando por la reconciliación, desterrando racismos y clasismos, como han expuesto diversos filósofos como el español Javier Gomá: las libertades subjetivas de los individuos han crecido sin freno desde el siglo XVII, es tiempo de fijar límites a la convivencia plena sin demeritar esas libertades, pero pongamos como principal objetivo la vida en comunidad.
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